18.3.08

La petición

- Ante todo, quiero agradecer que se hayan dignado en atender mi llamada, de nuevo les pido disculpas por las molestias que pueda causarles la ausencia del servicio. - Hugo habla mientras sigue con la mirada como la señora Nic Sinóid va sirviendo el te - Si desean algún licor para templar el cuerpo y el espíritu no duden en pedirlo. Creo que la bodega está provista de sobra para atender los gustos más variados. Yo por mi parte tomaré coñac, ¿alguien me acompaña?

El ama de llaves sirve en silencio el té y las copas, deja una bandeja con pastas al alcance de todos y una pipa junto al señor de la casa. Sin hacer ruido se retira cerrando tras de sí la puerta mientras el Conde continua hablando.

- Por supuesto les he reunido ahora para explicar su presencia en esta casa. - Sorbo - Para ser justos he de alabar su disposición pese a no haberles explicado nada. - Sorbo - No sé si yo hubiera acudido en tales condiciones. - Encender pipa - Gracias de nuevo... - Exhalar humo - No encuentro la forma de explicar lo que deseo de ustedes - trago - así que empezaré explicando la situación en mi hogar.

Tras un par de chupadas profundas a la pipa y ya rodeado de una nube de humo azulado, Hugo Drouet prosigue.

- Mi hija mayor padece una enfermedad fatal desde que regresamos de la India, hará unos diez meses, los médicos y cirujanos no encuentran ni causas ni curas. Los curanderos han desistido de intentarlo ya, los sanadores se muestran perplejos... y mi hija sigue marchitándose cada día... La señora Nic Sinóid la atiende con el mayor mimo, pero poco puede hacer salvo calmar sus dolores con opio. He pedido al Señor su gracia para con mi hija durante meses, con vano resultado, y llegado el momento llegué a blasfemar por la sanación de mi hija. - Trago largo, exhalar humo, mirada perdida.

- Estas últimas semanas han sido un infierno, los pocos momentos de sueño, causados por el cansancio, se ven siempre interrumpidos por los gritos de dolor de mi pequeña. El alma se me parte cuando la oigo llorar y cuando su mente vaga por los sueños de loco que el opio le otorga. Juré a mi difunta esposa que cuidaría de ella hasta la muerte y tengo intención de cumplir mi promesa. - Mirada desafiante al vacío. Chupar, exhalar, respirar. Sorbo.

- Y, no hace mucho, la buena señora Nic Sinóid vino acompañada de un anciano. Dijo saber lo que adolecía a mi niña. Dijo que sabía como salvarla. El precio que pidió fue alto, pero se pagó. - Mirada fiera, bajar párpados, suspirar - No entiendo ni quiero entender todo lo que me contó en la oscuridad, sólo diré que de ello me atrevo a explicarles que un espíritu o demonio está reclamando el ánima de mi hija. Y que sólo una forma hay de impedirlo y esto es lo que les pido, les suplico; Deben detener esta noche la Cacería eterna.

A través de la puerta del recibidor el carillón entona doce quejumbrosos lamentos.

3.1.08

La armeria

El ama de llaves inclina la cabeza compungida mientras abre la última puerta del pasillo y tiende un candelabro hacia su interior. Del interior llega el aroma de la polvora y el aceite.
- Vizconde, el señor Conde me ha pedido que le trasmita sus disculpas. En realidad no le esperabamos, por lo que no ha habido tiempo de preparar una habitación adecuada a su condición. He preparado la armería para que pueda pasar esta noche al menos, si no le disgusta. Espero que pueda disculpar los inconvenientes que le estoy causando. En cuanto se haya aseado y hablado con el señor le prepararé lo que desee para calmar su estomago.
La señora se aparta dejando paso a la habitación, de reducidas dimensiones por los dos grandes armarios armeros que la ocupan y el camastro que se ha improvisado entre ellos.

Mantas de piel parda cubren el lecho, apenas un catre, dejando en el aire un tenue indicio del sudor que en más de una ocasión parece haberlas empapado. El ambiente es gélido y silencioso, un ligero temor se aferra a los huesos al pasar al interior. Bajo el ventanuco entreabierto se distingue las sombras de las herramientas con las que alguien estuvo preparando las armas que hay desmontadas en el banco de trabajo. Sus fundas reposan a un lado junto a otras de cuchillos y bandoleras.

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La niebla se enrosca húmeda y viscosa en las piernas al bajar a la planta baja. En el recibidor apenas cubre los tobillos pero en la cocina llega a la cintura. Musgo y helechos dejan su impronta en la nariz.
Un murmullo monótono rompe el frágil silencio. Parece venir de las paredes, del suelo, del techo. La escasa lumbre parece haberse rendido hace horas al frio de la noche. A traves de las pocas ventanas que hay abiertas solo se atisban sombras.

- ¡Señora! ¿Qué hace en la cocina? Debería pasar al comedor... no vaya a coger frio. La chimenea ya está encendida y la mesa preparada. Avisaré al señor de que ya le está esperando.

La mujer acompaña sus palabras con un gesto amable pero firme indicando la puerta abierta del comedor, el brillo de la chimenea se refleja en las losas del recibidor. El aroma a té recién hecho llega hasta la cocina incitante.

Mientras sube las escaleras la señora inclina la cabeza y deja pasar a Thadeus. - Sea tan amable de acompañar a la señora McFury, en seguida vuelvo para atenderles pero antes permítame que avise al señor y al Vizconde.