25.3.07

Interludio: Medianoche

La bestia se alza entre las rosas, la sangre mana de su hombro derecho, su pecho se hincha y dirigiendo la vista al firmamento abre las fauces en un bramido que tardais unos segundos en oir; el tono es agudo y molesto al principio, engraveciendose poco a poco, hace que las vidrieras vibren, os llega hasta los huesos y se estanca en vuestros cerebros. Al cabo de lo que os parecen horas por el dolor el sonido desaparece, aunque el ser sigue vaciando sus pulmones, finalmente os mira, lleva su garra izquierda al hombro herido y se desvanece ante vuestros llorosos ojos. Mientras lo hace un viento gélido os golpea y apaga las llamas del recibidor. En la oscuridad bañada por la luna un carrillón marca la medianoche.

...

- Y ahora, si son tan amables de pasar a resguardo, visitaremos la Mansión Drouet, lugar de gran trascendencia histórica y centro de buena cantidad de mitos locales. Según los estudiosos el enclave fue un importante centro religioso entre los siglos primero y tercero para los celtas. El avance romano hizo desaparecer toda actividad, fuera de la agrícola y ganadera, en la zona hasta la baja Edad Medía. En esta época se construyó la ermita de la parte suroeste de la mansión, si bien fue derruida y reconstruida varias veces la planta se ha mantenido fiel y en algunas de sus piedras quedan inscripciones que parecen indicar que el lugar acogió a una pequeña comunidad de no más de siete miembros. Se supone que pudo llegar a crearse una pequeña aldea en los alrededores, aunque no se han hallado evidencias. Alrededor de 1850 la familia Drouet compró las tierras circundantes a la ermita, abandonada durante al menos tres siglos y constrúyó su mansión. Y hasta hoy ha resistido dejandonos un bello ejemplo de la arquitectura Victoriana. Si no tienen incovenientes haremos una visita a la parte abierta al público de la mansión y después de un aperitivo pasaremos a los jardines y la ermita, y si se portan bien les contaré alguna de las múltiples historias de misterio que tienen por protagonista a esta bella zona.

21.3.07

La visita

Un destello y un estampido os ciegan al abrir la puerta, dejando en la mano de Tadeus una muesca y una quemadura de aspecto desagradable. La neblina parece surgir únicamente del dintel de la puerta puesto que el exterior de la casa está despejado. Una fina línea de una pasta grisacea parece dividir el universo entre el interior de la casa y su exterior.

El ser del exterior se agazapa junto al empedrado que lleva hasta la puerta, husmeando el frio aire nocturno y fijando la mirada en vosotros. Sus ojos relumbran verdosos entre las hojas del rosal, expectantes. Desde el otro lado de la mansión os llegan los sonidos de las caballerias inquietas, piafando, revolviendose en sus cuadras, coceando las puertas...


16.3.07

Sombras

La figura del exterior prosigue su avance errático por el jardín sin mostrar intención alguna en cuanto a su destino. Se acerca y aleja de la mansión cíclicamente, volviendo ocasionalmente sobre sus pasos, pero en todo momento aprovechando las sombras que proporcionan los múltiples ornamentos del exterior. Su forma resulta borrosa entre las sombras, agrandándose y encogiéndose según el momento. En los breves momentos en que abandona una sombra parece ser un cuadrúpedo, tal vez de tres o cuatro pies de alzada y cubierto de un pelo oscuro.

Las llamas del candelabro tornan verdes al acercarse al florete de Anne Marie dándole a vuestros rostros un desagradable aspecto mortuorio. La niebla bajo la puerta se enrosca en las piernas al acercaros y una sensación cosquilleante empieza a extenderse desde ellas hacia vuestro torso. Un aroma a putrefacción llena vuestras fosas nasales brevemente.

Desde las ventanas junto a la entrada principal la lluvia de estrellas se ve en su máximo explendor, recortandose contra las montañas del horizonte y haciendo que parezcan arder.

8.3.07

Escaleras sombrías

Las escaleras están en la penumbra que provoca la escasa iluminación de los candelabros del recibidor. Nadie parece estar hablando en el piso superior o las voces no llegan hasta la cocina. En las ventanas junto a la entrada se distinguen unos destellos rojizos intermitentes. La luz de la luna revela junto a las puertas del vestíbulo la misma neblina de la cocina.

La carne deja un desagradable regusto a cenizas en el paladar, a pesar de estar casi cruda su textura es áspera y seca. Fuera, en el jardín, una sombra parece moverse furtivamente hacia la casa. Las ramas de los sauces más cercanos están cubierdas de diminutos diamantes bajo el brillo de la luna y entre estos destaca fugaz el reflejo de rubies etereos.

4.3.07

El brillo de unas brasas

La amplia cocina está desierta, de sus estantes os llegan los aromas de las especias, los ahumados y los quesos del lugar. En la gran mesa hay varios platos dispuestos y una fuente con lo que parece un guisado de caza, aunque por su aspecto puede que lleve horas preparado y nadie parece haberlo tocado. La puerta del horno abierta deja ver los últimos rescoldos del día, dandole un toque tibio al espacio más cercano. Junto a la puerta trasera hay varias piezas de caza, liebres y codornices en su mayor parte, que forman un bodegón un tanto lúgubre por la sangre que ha manchado la pared y el suelo cercanos.

La puerta de la bodega está cerrada. Y una neblina grisacea surge de su parte inferior. Cuando os fijais veis que la puerta trasera también parece exudarla. Del piso superior llegan lamentos quedos y algun sollozo ahogado. A través de las ventanas podeis ver el jardín bañado por la luz de la luna, con un aspecto inquietante por los brillos extraños que asoman es su parte más alejada. Os sobresalta el chisporroteo de uno de los troncos supervivientes del hogar y un escalofrío recorre vuestras nucas.