19.11.09

Interludio: La luna verde

... en la oscuridad se escuchaba a los perros ladrando, los cascos de las monturas, las bestias apresurando su huida entre la espesura. El calor empalagoso cargó de gotas de sudor la blanca piel mientras la presa forzaba una y otra vez los músculos de sus patas para alejarse de las fauces que le acosaban, saltando de lado a lado con los ojos buscando el siguiente hueco entre la foresta, la cornamenta forrada de las ramas que una y otra vez se quebraban al paso del animal.


Los cazadores ya no se gritaban, casi tumbados sobre sus monturas seguian a sus rastreadores, los corazones retumbando al mismo ritmo de la persecución, las armas prestas, los ojos entrecerrados para evitar las hojas y espinas sin llegar a perder de vista el objetivo.


Y detrás de todos, el Señor de la caza, sin más nombre que su título, sin más misión u objetivo que la persecución, esperando como cada noche el punto álgido en que la presa da un traspié, porque la presa siempre es más rápida y conoce mejor el bosque que los cazadores, porque sólo cuando la locura le lleva a enfrentarse a sus acosadores tienen estos su oportunidad de demostrar lo que valen, porque puede que caigan ante el Señor del bosque o puede que lo dobleguen, porque siempre hay un vencedor, porque el vencedor puede reclamar su premio. Pero el premio no siempre lo concede el mismo Señor. Y no siempre el vencedor es el que alcanza a la presa. Y, caiga o triunfe, sea su sangre o la de quién le persigue la derramada, siempre todos saben que es el Señor del bosque, y lo honrarán de una u otra forma.


Y la próxima noche, cuando la luz se retire del mundo, los cazadores harán sonar sus cuernos, y llamarán a sus jaurias, y buscarán desde las alturas el claro donde la luna señala la llegada del gran ciervo reflejando por un momento su poder y su gloria. Y cuando este rayo de luna quede cubierto por las nubes jalearan a los perros y se lanzarán de nuevo al bosque y a la persecución.




...

En el silencio que sigue se escucha claramente el piafar de los caballos inquietos en la cuadra. Hugo dirige su mirada hacia la ventana, como si pudiera ver a través de las pesadas cortinas.

- Ya han llegado. Decidan lo que decidan, tienen mi gratitud eterna por las molestias que les he causado.

18.3.08

La petición

- Ante todo, quiero agradecer que se hayan dignado en atender mi llamada, de nuevo les pido disculpas por las molestias que pueda causarles la ausencia del servicio. - Hugo habla mientras sigue con la mirada como la señora Nic Sinóid va sirviendo el te - Si desean algún licor para templar el cuerpo y el espíritu no duden en pedirlo. Creo que la bodega está provista de sobra para atender los gustos más variados. Yo por mi parte tomaré coñac, ¿alguien me acompaña?

El ama de llaves sirve en silencio el té y las copas, deja una bandeja con pastas al alcance de todos y una pipa junto al señor de la casa. Sin hacer ruido se retira cerrando tras de sí la puerta mientras el Conde continua hablando.

- Por supuesto les he reunido ahora para explicar su presencia en esta casa. - Sorbo - Para ser justos he de alabar su disposición pese a no haberles explicado nada. - Sorbo - No sé si yo hubiera acudido en tales condiciones. - Encender pipa - Gracias de nuevo... - Exhalar humo - No encuentro la forma de explicar lo que deseo de ustedes - trago - así que empezaré explicando la situación en mi hogar.

Tras un par de chupadas profundas a la pipa y ya rodeado de una nube de humo azulado, Hugo Drouet prosigue.

- Mi hija mayor padece una enfermedad fatal desde que regresamos de la India, hará unos diez meses, los médicos y cirujanos no encuentran ni causas ni curas. Los curanderos han desistido de intentarlo ya, los sanadores se muestran perplejos... y mi hija sigue marchitándose cada día... La señora Nic Sinóid la atiende con el mayor mimo, pero poco puede hacer salvo calmar sus dolores con opio. He pedido al Señor su gracia para con mi hija durante meses, con vano resultado, y llegado el momento llegué a blasfemar por la sanación de mi hija. - Trago largo, exhalar humo, mirada perdida.

- Estas últimas semanas han sido un infierno, los pocos momentos de sueño, causados por el cansancio, se ven siempre interrumpidos por los gritos de dolor de mi pequeña. El alma se me parte cuando la oigo llorar y cuando su mente vaga por los sueños de loco que el opio le otorga. Juré a mi difunta esposa que cuidaría de ella hasta la muerte y tengo intención de cumplir mi promesa. - Mirada desafiante al vacío. Chupar, exhalar, respirar. Sorbo.

- Y, no hace mucho, la buena señora Nic Sinóid vino acompañada de un anciano. Dijo saber lo que adolecía a mi niña. Dijo que sabía como salvarla. El precio que pidió fue alto, pero se pagó. - Mirada fiera, bajar párpados, suspirar - No entiendo ni quiero entender todo lo que me contó en la oscuridad, sólo diré que de ello me atrevo a explicarles que un espíritu o demonio está reclamando el ánima de mi hija. Y que sólo una forma hay de impedirlo y esto es lo que les pido, les suplico; Deben detener esta noche la Cacería eterna.

A través de la puerta del recibidor el carillón entona doce quejumbrosos lamentos.

3.1.08

La armeria

El ama de llaves inclina la cabeza compungida mientras abre la última puerta del pasillo y tiende un candelabro hacia su interior. Del interior llega el aroma de la polvora y el aceite.
- Vizconde, el señor Conde me ha pedido que le trasmita sus disculpas. En realidad no le esperabamos, por lo que no ha habido tiempo de preparar una habitación adecuada a su condición. He preparado la armería para que pueda pasar esta noche al menos, si no le disgusta. Espero que pueda disculpar los inconvenientes que le estoy causando. En cuanto se haya aseado y hablado con el señor le prepararé lo que desee para calmar su estomago.
La señora se aparta dejando paso a la habitación, de reducidas dimensiones por los dos grandes armarios armeros que la ocupan y el camastro que se ha improvisado entre ellos.

Mantas de piel parda cubren el lecho, apenas un catre, dejando en el aire un tenue indicio del sudor que en más de una ocasión parece haberlas empapado. El ambiente es gélido y silencioso, un ligero temor se aferra a los huesos al pasar al interior. Bajo el ventanuco entreabierto se distingue las sombras de las herramientas con las que alguien estuvo preparando las armas que hay desmontadas en el banco de trabajo. Sus fundas reposan a un lado junto a otras de cuchillos y bandoleras.

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La niebla se enrosca húmeda y viscosa en las piernas al bajar a la planta baja. En el recibidor apenas cubre los tobillos pero en la cocina llega a la cintura. Musgo y helechos dejan su impronta en la nariz.
Un murmullo monótono rompe el frágil silencio. Parece venir de las paredes, del suelo, del techo. La escasa lumbre parece haberse rendido hace horas al frio de la noche. A traves de las pocas ventanas que hay abiertas solo se atisban sombras.

- ¡Señora! ¿Qué hace en la cocina? Debería pasar al comedor... no vaya a coger frio. La chimenea ya está encendida y la mesa preparada. Avisaré al señor de que ya le está esperando.

La mujer acompaña sus palabras con un gesto amable pero firme indicando la puerta abierta del comedor, el brillo de la chimenea se refleja en las losas del recibidor. El aroma a té recién hecho llega hasta la cocina incitante.

Mientras sube las escaleras la señora inclina la cabeza y deja pasar a Thadeus. - Sea tan amable de acompañar a la señora McFury, en seguida vuelvo para atenderles pero antes permítame que avise al señor y al Vizconde.

12.11.07

La alcoba señorial

El ama de llaves abre la siguiente puerta.

- Señor Wright, usted se acomodará en la alcoba de mi señor - comenta mientras enciende los quinqués que alumbran la habitación y recoge un batín de la cama. - Él se mantiene en vela junto a su hija desde hace ya muchas noches. Si desea algo, disponga del llamador.

La habitación todavia conserva el explendor de otro tiempo, algo polvoriento pero sobrio y refinado. El despacho y el armario de buen roble, la cama conyugal con el dosel de blonda y los dorados en los marcos de los retratos y en la esfera armilar revelan un buen gusto que no tiene edad.

La librería que cubre la pared izquierda tiene su contrapunto en los trofeos de caza a la derecha. Como en una representación ideal sobre los diversos cervidos y herviboros se encuentran las testas de los felinos, tigre, pantera y leon; sobre todos ellos la impresionante cabeza de un Draco Isabelino y coronando a este un sable y un rifle con los blasones familiares.

El sudor y la tierra, la sangre y la adrenalina, el terror y el gozo se reunen en esta estancia golpeando el pecho como latidos del corazón. La muerte y la supervicencia se condensan a cada aliento tomado y expulsado.

28.7.07

La habitación de la pequeña

- Me alegra su disposición, hágame el favor de guardar el arma en el armario de momento, cuando esté instalado puede guardarla en su alcoba si lo desea. Y disculpen que no me haya presentado, pero no lo creía necesario. Mi nombre es Hugo, actual patriarca de la familia Drouet y último Conde de Ponthieu, aunque a estas alturas poca importancia tenga tal título...

Su semblante, ya de por sí demacrado, refleja brevemente una profunda tristeza. Sus manos se entrelazan inquietas antes de volver su mirada hacia vosotros.

- Pero bueno, no es momento para lamentaciones vanas, me disculparán pero he de atender asuntos personales, digan al ama de llaves que me avise cuando estén instalados y hablaremos en mi estudio.

Como si estas palabras fueran una invocación la señora Nic Sinóid aparece desde la cocina con unas palmatorias.

- Tengan, les acompañaré a los aposentos que hemos preparado. - Inclinando levemente la cabeza al pasar junto al señor, asciende por las escaleras y os indica con un gesto que guardeis silencio. Tras pasar de largo varias puertas, mientras los retratos de varias generaciones os siguen con la mirada, abre una de ellas y en un susurro indica - Adelante señora, era la habitación de Anna, la pequeña de la familia, en el vestidor hay ropa apropiada de su talla si desea cambiarse. Si necesita algo toque el llamador, pero por favor hagalo suavemente.

La habitación tiene una cama con dosel amplia, al entrar la luz de la palmatoria se refleja en docenas de ojillos de cristal. En tres de las paredes hay estantes repletos de muñecas de porcelana, la cuarta pared alberga una puerta y la ventana, ambas cerradas. Un halo de ausencia impregna la estancia. Junto a la puerta hay un secreter entreabierto y a su lado un tocador, una sombra más oscura marca el lugar donde debería estar el espejo...

12.6.07

El anfitrión

- Sean bienvenidos a mi hogar. Aunque me desagrade el comportamiento tan poco apropiado que han demostrado hasta ahora, son mis invitados. Tal vez pudiera disculpar el comportamiento de la señora McFury por su condición, pero caballeros, la alta cuna a la que pertenecen ambos exige de un comportamiento correcto y un respeto a las normas de cortesía que parecen ignorar. Dejarán inmediatamente sus armas en el ropero, tal y como la señora Nic Sinóid ya ha solicitado. En cuanto lo hagan podrán acomodarse en las habitaciones.

El caballero os impreca mientras baja por las escaleras. Su vestimenta es impecable, aunque el aspecto desastrado de su cabello y barba, los ojos cansados y la aspereza de su voz rebajan considerablemente su porte. En sus grandes manos porta un anillo blasonado y la cicatriz inequívoca de un cuchillo Thuggee. Los oscuros cabellos contrastan fuertemente con la tez blanquecina, casi cadavérica en la que únicamente los ojos pardos revelan la vitalidad de vuestro interlocutor. Al final de la escalera, y en un tono más cordial, concluye:

- Y, Vizconde, lamento que el servicio no esté a su disposición en este momento, pero si tiene a bien disculpar esta pequeña falta puede usar de la cocina y la despensa como considere oportuno. Una vez se hayan acomodado y aseado, trataremos los temas que me han llevado a convocarles hasta la mansión de mi familia.

13.5.07

Un toque de atención

- ¡Dios Santo! ¿Pero qué están haciendo? - el ama de llaves baja el atizador que porta en la mano izquierda y recupera la seriedad y gravedad en la voz - Hagan el favor de comportarse y respetar las normas de la casa, sus habitaciones estarán listas enseguida y podrán descansar si lo desean. Pero, por todo lo que es Sagrado, dejen las armas en el ropero. Al señor no le gusta que nadie, ni siquiera sus invitados, vayan armados por la casa. Los niños podrían salir heridos.

La señora se gira con una mueca de desaprovación y vuelve a subir por las escaleras negando ligeramente con la cabeza.
- ¡Y cierren esa puerta! Podría entrar alguna alimaña.

Ois una conversación soto-voce en lo alto de las escaleras y los pasos firmes del ama de llaves junto a los de alguien más. Después el silencio sepulcral de la casa os vuelve a rodear al igual que la oscuridad de la entrada.

25.3.07

Interludio: Medianoche

La bestia se alza entre las rosas, la sangre mana de su hombro derecho, su pecho se hincha y dirigiendo la vista al firmamento abre las fauces en un bramido que tardais unos segundos en oir; el tono es agudo y molesto al principio, engraveciendose poco a poco, hace que las vidrieras vibren, os llega hasta los huesos y se estanca en vuestros cerebros. Al cabo de lo que os parecen horas por el dolor el sonido desaparece, aunque el ser sigue vaciando sus pulmones, finalmente os mira, lleva su garra izquierda al hombro herido y se desvanece ante vuestros llorosos ojos. Mientras lo hace un viento gélido os golpea y apaga las llamas del recibidor. En la oscuridad bañada por la luna un carrillón marca la medianoche.

...

- Y ahora, si son tan amables de pasar a resguardo, visitaremos la Mansión Drouet, lugar de gran trascendencia histórica y centro de buena cantidad de mitos locales. Según los estudiosos el enclave fue un importante centro religioso entre los siglos primero y tercero para los celtas. El avance romano hizo desaparecer toda actividad, fuera de la agrícola y ganadera, en la zona hasta la baja Edad Medía. En esta época se construyó la ermita de la parte suroeste de la mansión, si bien fue derruida y reconstruida varias veces la planta se ha mantenido fiel y en algunas de sus piedras quedan inscripciones que parecen indicar que el lugar acogió a una pequeña comunidad de no más de siete miembros. Se supone que pudo llegar a crearse una pequeña aldea en los alrededores, aunque no se han hallado evidencias. Alrededor de 1850 la familia Drouet compró las tierras circundantes a la ermita, abandonada durante al menos tres siglos y constrúyó su mansión. Y hasta hoy ha resistido dejandonos un bello ejemplo de la arquitectura Victoriana. Si no tienen incovenientes haremos una visita a la parte abierta al público de la mansión y después de un aperitivo pasaremos a los jardines y la ermita, y si se portan bien les contaré alguna de las múltiples historias de misterio que tienen por protagonista a esta bella zona.

21.3.07

La visita

Un destello y un estampido os ciegan al abrir la puerta, dejando en la mano de Tadeus una muesca y una quemadura de aspecto desagradable. La neblina parece surgir únicamente del dintel de la puerta puesto que el exterior de la casa está despejado. Una fina línea de una pasta grisacea parece dividir el universo entre el interior de la casa y su exterior.

El ser del exterior se agazapa junto al empedrado que lleva hasta la puerta, husmeando el frio aire nocturno y fijando la mirada en vosotros. Sus ojos relumbran verdosos entre las hojas del rosal, expectantes. Desde el otro lado de la mansión os llegan los sonidos de las caballerias inquietas, piafando, revolviendose en sus cuadras, coceando las puertas...


16.3.07

Sombras

La figura del exterior prosigue su avance errático por el jardín sin mostrar intención alguna en cuanto a su destino. Se acerca y aleja de la mansión cíclicamente, volviendo ocasionalmente sobre sus pasos, pero en todo momento aprovechando las sombras que proporcionan los múltiples ornamentos del exterior. Su forma resulta borrosa entre las sombras, agrandándose y encogiéndose según el momento. En los breves momentos en que abandona una sombra parece ser un cuadrúpedo, tal vez de tres o cuatro pies de alzada y cubierto de un pelo oscuro.

Las llamas del candelabro tornan verdes al acercarse al florete de Anne Marie dándole a vuestros rostros un desagradable aspecto mortuorio. La niebla bajo la puerta se enrosca en las piernas al acercaros y una sensación cosquilleante empieza a extenderse desde ellas hacia vuestro torso. Un aroma a putrefacción llena vuestras fosas nasales brevemente.

Desde las ventanas junto a la entrada principal la lluvia de estrellas se ve en su máximo explendor, recortandose contra las montañas del horizonte y haciendo que parezcan arder.

8.3.07

Escaleras sombrías

Las escaleras están en la penumbra que provoca la escasa iluminación de los candelabros del recibidor. Nadie parece estar hablando en el piso superior o las voces no llegan hasta la cocina. En las ventanas junto a la entrada se distinguen unos destellos rojizos intermitentes. La luz de la luna revela junto a las puertas del vestíbulo la misma neblina de la cocina.

La carne deja un desagradable regusto a cenizas en el paladar, a pesar de estar casi cruda su textura es áspera y seca. Fuera, en el jardín, una sombra parece moverse furtivamente hacia la casa. Las ramas de los sauces más cercanos están cubierdas de diminutos diamantes bajo el brillo de la luna y entre estos destaca fugaz el reflejo de rubies etereos.

4.3.07

El brillo de unas brasas

La amplia cocina está desierta, de sus estantes os llegan los aromas de las especias, los ahumados y los quesos del lugar. En la gran mesa hay varios platos dispuestos y una fuente con lo que parece un guisado de caza, aunque por su aspecto puede que lleve horas preparado y nadie parece haberlo tocado. La puerta del horno abierta deja ver los últimos rescoldos del día, dandole un toque tibio al espacio más cercano. Junto a la puerta trasera hay varias piezas de caza, liebres y codornices en su mayor parte, que forman un bodegón un tanto lúgubre por la sangre que ha manchado la pared y el suelo cercanos.

La puerta de la bodega está cerrada. Y una neblina grisacea surge de su parte inferior. Cuando os fijais veis que la puerta trasera también parece exudarla. Del piso superior llegan lamentos quedos y algun sollozo ahogado. A través de las ventanas podeis ver el jardín bañado por la luz de la luna, con un aspecto inquietante por los brillos extraños que asoman es su parte más alejada. Os sobresalta el chisporroteo de uno de los troncos supervivientes del hogar y un escalofrío recorre vuestras nucas.

20.1.07

Puertas cerradas

- El servicio ha salido esta noche. Hay un ligero refrigerio en la cocina, si lo desean. Hagan el favor de respetar a los moribundos. - Sin casi respirar y sin detenerse el ama de llaves os increpa mientras desaparece en el piso superior.

En la mansión tan solo se escuchan unos apagados lamentos. La araña del recibidor está totalmente apagada dejando la sala tenuemente iluminada por los candelabros que hay en las paredes. Las puertas de roble y los antiguos muros imponen un respeto en vuestros corazones que nada tiene que ver con su solidez. Poco a poco el brillo de la luna atraviesa los nubarrones dando a la estancia una apariencia fantasmagórica.